jueves, 29 de enero de 2015

Comentario de texto narrativo: El buscador de Jorge Bucay

Os dejo este cuento completo para que hagáis su organización de las ideas, resumen y tema y comentario crítico, ánimo.




EL BUSCADOR.

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.


Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada... Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción ... “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar... Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían 
inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar .

- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo disfrutado..., a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?...¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?... Y después... la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? ... ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ..., ¿y el casamiento de los amigos...?, ¿y el viaje más deseado...?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano...?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?... ¿horas?, ¿días?... Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido. 



"Cuentos para pensar" Jorge Bucay

lunes, 26 de enero de 2015

El almohadón de plumas-Horacio Quiroga




Hola a tod@s. Os quiero hablar de este magnífico escritor uruguayo.Es uno de los mejores autores de cuentos del siglo XX por lo que os propongo leer un cuento para comprobarlo.Ya me diréis.

Tuvo una vida llena de fatalidades, la cual afectó a su manera de escribir donde la presencia de la muerte es constante.

Os dejo un audio que os valdrá de resumen para conocer la vidad de este autor.






El almohadón de plumas.

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...

—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.

—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Horacio Quiroga.1905.







Saludos.

miércoles, 21 de enero de 2015

Ring,Ring

Os dejo un relato que ha escrito nuestra querida compañera María José López Caro, me ha pedido que os lo lea y, por eso, aquí está. Se nota que os echa de menos...

RING, RING.

                El otro día, al acabar clase de matemáticas con mi entrenador Mr. Matonak (que aunque se escribe Matonak, se pronuncia Motánic), me di cuenta de lo vacío que suena el timbre de mi nuevo instituto. Es así como un PIII, PIII, PIII metálico... Me di cuenta de lo lleno de sentimientos que tiene el cantar del timbre de El Alquián.
                Dicen que uno no aprende a montar en bici hasta que se quita las ruedecillas y te comes el suelo con más ganas que las lentejas de mamá. Todos sabemos que te da igual la camiseta que se esconde en lo más oscuro de tu armario hasta que te la roba tu hermana. Es verdad que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. He tenido que irme a más de 10,000km de distancia para darme cuenta.
                Me habéis acostumbrado a daros consejos cada día, incluso cuando no me los pedís y no es asunto mío... por lo que es vuestra culpa que os escribo esta carta.
                Sé que todo sigue igual. Sé que Lydia sigue diciendo MADRE MÍA, MADRE MÍA. Sé que Elena sigue haciendo correr 5 vueltas para calentar, aunque estemos a 68ºC. Javier seguramente seguirá mandando las 3 páginas de problemas del final del tema. Mayte os seguirá poniendo al día con lo que pasa en el día a día en el mundo con su noticiario en clase de inglés.  Antonio López seguirá poniendo música en clase. Sé que el agua de la fuente sabe igual, y sé que el RING del timbre es el mismo.
                Aún así, puede que no sea lo mismo para vosotros. Puede que aunque todo siga igual, todo haya cambiado. El cielo es el mismo para todo el hemisferio Norte. Si miro arriba veré lo mismo que veríais vosotros a la misma hora, pero os puedo asegurar que el cielo de Maryland no es el mismo que el cielo de Almería, y que no os engañen... porque aunque solo tengamos un Sol, os digo, os aseguro, y dejadme insistir cuando insisto en repetiros al contaros que son muy diferentes. Siempre podéis preguntarle a un Chino si no os fiáis de mí.
                Habéis cambiado de profesores, de clases, de asignaturas... de sitios, de compañeros, de peinado. Seguro que estáis más gordos, más delgados, más altos, no más bajos. Seguro que sois más maduros. Puede que hayáis experimentados nuevas sensaciones, nuevos sentimientos, nuevos sabores... pero el timbre seguirá sonando igual, y el agua de la fuente seguirá sabiendo tan deliciosamente mal como siempre:  hoy, mañana, ayer y dentro de cinco años, cuando los chiquillos de primero de eso estén sustituyendo vuestras mesas y orgullo de primero de bachillerato. A él le dará igual sustituirnos a todos, como ya ha hecho anteriormente.
                Éste es el penúltimo año que estáis todos juntos. Y dejadme insistir cuando insisto en repetiros al contaros que me encantaría poder usar primera persona del plural en vez de segunda cuando uso el verbo estar. Por ello debéis valorar a todos vuestros compañeros. Por mal que os caigan. Aprended a valorar las pequeñas cosillas de cada uno, incluso aquellas que os hacen gritar ARGG por dentro.
                Es ahora más que nunca cuando pensando, pensando y pensando, y volviendo a pensar, me doy cuenta lo mucho que echo de menos sentarme, aprender, reír, quejarme, estudiar, gritar, poder compartir mi día a día con todos vosotros, y escuchar a la vez el sonido del timbre para ir a comernos el bocadillo de tortilla de Kiko. Espero que siga valiendo 1,20.  
                Echo de menos las paredes amarillas, las sillas giratorias que chirrían asesinas de pelo. Aunque no os lo creáis, echo de menos estudiar, los exámenes, poder expresarme en el papel y que me pongan nota por ello. Las tareas, el que me obliguen a leer, e incluso a escribir sin tener que abandonar el gran aliado que es la imaginación y la creatividad, aunque a veces jueguen malas pasadas.
Echo de menos las magdalenas y los brownies de María Delgado.  Echo de menos los JÁÁÁÁÁÁAAAA!!!! de Rosi. Echo de menos las lecturas de Fran. Echo de menos la temática Western que tiene el aura que rodea a Blas. Echo de menos a Timo creyéndose ingeniero antes de tiempo cuando me desmonta los bolis. Echo de menos esos bolis. Echo de menos las canciones y sonrisas de Paula Al. Los dramas de María V., los gritos de Irene, Inma y su "Puedo ir al servicio por favor? Es urgente." Echo de menos el sarcasmo de Rubén. Echo de menos el silencio de Jesús, a Jorge quejándose de la literatura. La manera que tiene María Martín para relacionar a Bécquer y al Atlético de Madrid  con lo que quiera... a la vez. Echo de menos Juan López intentando romper el hielo.

                Echo de menos cada cosa de cada uno de vosotros.  Echo de menos el agua de la fuente. Me doy cuenta de lo mucho que estoy encerrada en el "liberador" sonido del timbre de El Alquián, y me impresiona lo mucho que un tonto sonido puede desembocar.
                Disfrutad, estudiad, divertíos, y acordaos de mí al igual que yo me acuerdo del sonido del timbre, el cuál prevalece en mi memoria solo porque siempre va acompañado por vuestras estridentes voces dando un concierto entre clase y clase.
                ¡Os echo de menos!
                Un beso,
                               Vuestra compañera y amiga María José.