RING, RING.
El otro día, al acabar clase de matemáticas con mi entrenador Mr. Matonak
(que aunque se escribe Matonak, se pronuncia Motánic), me di cuenta de lo vacío
que suena el timbre de mi nuevo instituto. Es así como un PIII, PIII, PIII
metálico... Me di cuenta de lo lleno de sentimientos que tiene el cantar del
timbre de El Alquián.
Dicen que uno no aprende
a montar en bici hasta que se quita las ruedecillas y te comes el suelo con más
ganas que las lentejas de mamá. Todos sabemos que te da igual la camiseta que
se esconde en lo más oscuro de tu armario hasta que te la roba tu hermana. Es
verdad que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. He tenido que irme a
más de 10,000km de distancia para darme cuenta.
Me habéis acostumbrado
a daros consejos cada día, incluso cuando no me los pedís y no es asunto mío...
por lo que es vuestra culpa que os escribo esta carta.
Sé que todo sigue
igual. Sé que Lydia sigue diciendo MADRE MÍA, MADRE MÍA. Sé que Elena sigue
haciendo correr 5 vueltas para calentar, aunque estemos a 68ºC. Javier
seguramente seguirá mandando las 3 páginas de problemas del final del tema.
Mayte os seguirá poniendo al día con lo que pasa en el día a día en el mundo
con su noticiario en clase de inglés.
Antonio López seguirá poniendo música en clase. Sé que el agua de la
fuente sabe igual, y sé que el RING del timbre es el mismo.
Aún así, puede que no
sea lo mismo para vosotros. Puede que aunque todo siga igual, todo haya
cambiado. El cielo es el mismo para todo el hemisferio Norte. Si miro arriba
veré lo mismo que veríais vosotros a la misma hora, pero os puedo asegurar que
el cielo de Maryland no es el mismo que el cielo de Almería, y que no os
engañen... porque aunque solo tengamos un Sol, os digo, os aseguro, y dejadme
insistir cuando insisto en repetiros al contaros que son muy diferentes.
Siempre podéis preguntarle a un Chino si no os fiáis de mí.
Habéis cambiado de
profesores, de clases, de asignaturas... de sitios, de compañeros, de peinado.
Seguro que estáis más gordos, más delgados, más altos, no más bajos. Seguro que
sois más maduros. Puede que hayáis experimentados nuevas sensaciones, nuevos
sentimientos, nuevos sabores... pero el timbre seguirá sonando igual, y el agua
de la fuente seguirá sabiendo tan deliciosamente mal como siempre: hoy, mañana, ayer y dentro de cinco años,
cuando los chiquillos de primero de eso estén sustituyendo vuestras mesas y
orgullo de primero de bachillerato. A él le dará igual sustituirnos a todos,
como ya ha hecho anteriormente.
Éste es el penúltimo
año que estáis todos juntos. Y dejadme insistir cuando insisto en repetiros al
contaros que me encantaría poder usar primera persona del plural en vez de
segunda cuando uso el verbo estar. Por ello debéis valorar a todos vuestros
compañeros. Por mal que os caigan. Aprended a valorar las pequeñas cosillas de
cada uno, incluso aquellas que os hacen gritar ARGG por dentro.
Es ahora más que nunca
cuando pensando, pensando y pensando, y volviendo a pensar, me doy cuenta lo
mucho que echo de menos sentarme, aprender, reír, quejarme, estudiar, gritar,
poder compartir mi día a día con todos vosotros, y escuchar a la vez el sonido
del timbre para ir a comernos el bocadillo de tortilla de Kiko. Espero que siga
valiendo 1,20.
Echo de menos las
paredes amarillas, las sillas giratorias que chirrían asesinas de pelo. Aunque
no os lo creáis, echo de menos estudiar, los exámenes, poder expresarme en el
papel y que me pongan nota por ello. Las tareas, el que me obliguen a leer, e
incluso a escribir sin tener que abandonar el gran aliado que es la imaginación
y la creatividad, aunque a veces jueguen malas pasadas.
Echo de menos las magdalenas y los
brownies de María Delgado. Echo de menos
los JÁÁÁÁÁÁAAAA!!!! de Rosi. Echo de menos las lecturas de Fran. Echo de menos
la temática Western que tiene el aura que rodea a Blas. Echo de menos a Timo creyéndose
ingeniero antes de tiempo cuando me desmonta los bolis. Echo de menos esos
bolis. Echo de menos las canciones y sonrisas de Paula Al. Los dramas de María
V., los gritos de Irene, Inma y su "Puedo ir al servicio por favor? Es
urgente." Echo de menos el sarcasmo de Rubén. Echo de menos el silencio de
Jesús, a Jorge quejándose de la literatura. La manera que tiene María Martín
para relacionar a Bécquer y al Atlético de Madrid con lo que quiera... a la vez. Echo de menos
Juan López intentando romper el hielo.
Echo de menos cada
cosa de cada uno de vosotros. Echo de
menos el agua de la fuente. Me doy cuenta de lo mucho que estoy encerrada en el
"liberador" sonido del timbre de El Alquián, y me impresiona lo mucho
que un tonto sonido puede desembocar.
Disfrutad, estudiad,
divertíos, y acordaos de mí al igual que yo me acuerdo del sonido del timbre,
el cuál prevalece en mi memoria solo porque siempre va acompañado por vuestras
estridentes voces dando un concierto entre clase y clase.
¡Os
echo de menos!
Un beso,
Vuestra
compañera y amiga María José.
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